9788493840976

El ganso pardo

EAN 9788493840976

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Poco antes de que reclamasen la presencia del mariscal, Marie vio al ganso pardo. Nunca antes se había fijado en él, pero el ganso parecía mirarla de reojo m

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Poco antes de que reclamasen la presencia del mariscal, Marie vio al ganso pardo. Nunca antes se había fijado en él, pero el ganso parecía mirarla de reojo mientras caminaba marcando siempre el mismo recorrido, como un centinela. Marie quiso avisar a alguien, aunque no la tomasen muy en serio. Se sintió enferma. Notó un escalofrío en el pecho, un latido en la espalda. Después llegaron buscando al Mariscal y Marie estaba delante cuando le leyeron la orden de arresto, con ganas de que alguien más descubriese la presencia amenazante del ganso pardo, aunque no era buen momento para sus preocupaciones. El Mariscal tenía las suyas propias. Asentía a lo que le iban relatando, más por inercia que por confesión. Marie no oía las palabras del emisario, sino el sonido de las manos pálidas del Mariscal jugando con una piedra que le dejaba en los dedos reflejos de color sangre. Cuando el emisario dio por finalizada la lectura, el mariscal sólo asintió una vez más.

?Está bien. Voy a recoger mis cosas ?dijo, pero no se movió? ¡Marie!

Y Marie se acercó. El Mariscal se arrodilló justo delante de la cara de la niña, que olió su aliento. Le recordaba a una bebida, o a una fruta.

?Escucha con atención lo que te pido, pequeña, y decide tú si quieres complacerme. Me gustaría que guardases bajo tu cuidado cierta caja que tengo en mi estancia. Esta noche, antes de dormir, dile a Adéle que te cuente su historia. ¿Lo harás, Marie?

?Lo haré.

?Muchas gracias.

Marie le sonrió. El Mariscal subió las escaleras de piedra, retorcidas como laberintos, con una escolta de soldados detrás. Cuando bajó de nuevo, el Mariscal vestía su armadura de guerra y llevaba una cajita de plata entre las manos. Al pasar al lado de Marie, se agachó para darle un beso. El emisario lo apartó de una patada.

?¿Es que no has tenido bastante? ?le gritó con desprecio.

Pero el Mariscal ya le había entregado la caja a la niña.

A Marie no le parecieron formas de tratar a un hombre noble. Al Mariscal, evidentemente, tampoco. Salió de su propia casa con las mejillas encendidas de rabia.

En vez de prohibirle el llanto, Adéle abrió los brazos para recibir a Marie, por más que nunca había querido mimarla. Le acarició las trenzas y la apretó muy fuerte contra su cuerpo. Marie oía el corazón de Adéle y el rosario que murmuraba mientras veía alejarse al Mariscal hacia el ejército que lo esperaba en las colinas. Con los ojos entreabiertos por el sopor de la letanía, Marie creyó ver de nuevo al ganso pardo cuando entraron en la casa. A Marie le pareció que el ganso sonreía.

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